lunes, 24 de octubre de 2011

El mejor Centro de Investigación posible

La actividad en el Centro de Investigación era frenética: las sesiones de seminarios, tanto de invitados procedentes de todas partes del mundo, como de los propios investigadores que allí trabajaban, se sucedían día tras día. Las Jornadas de los Jóvenes Investigadores tampoco se quedaban atrás: mesas redondas, visitas a los laboratorios, concursos de pósters y presentaciones orales… y todos ellos con una calidad excepcional. Desde sus inicios, el Centro había decidido apostar por la comunicación entre los grupos y las actividades de divulgación. Estas últimas habían recaído en una recién creada comisión de jóvenes investigadores y estudiantes que consiguieron exitosamente acoplar su trabajo en el laboratorio con proyecciones de películas, videoconferencias con estudiantes de otros lugares del mundo, y competiciones deportivas que permitían no sólo desahogar las frustraciones de los experimentos fallidos, sino acercar a los integrantes de los distintos grupos en un ambiente distendido y relajado.

Claro que nada de esto hubiese sido posible si las instalaciones del Centro no hubiesen sido concebidos a lo grande, con unos patios interiores amplios y espaciosos a los que se había dado un uso de lo más variopinto: las canchas deportivas alternaban con los banquitos donde los trabajadores tomaban el café los días que hacía buen tiempo - que no eran pocos -, y las mesas de la cafetería hacía tiempo que habían trascendido sus fronteras originales para dispersarse por todo el patio. No era raro observar un grupo de investigadores veteranos discutiendo sus los detalles de sus próximos proyectos en aquellas mesas, al lado de becarios que esperaban su turno en la cancha ataviados con ropa deportiva pero trabajando en la memoria que les valdría la máxima nota en los cursos de postgrado. Además, el estar rodeados de jefes e investigadores postdoctorales en un ambiente tan relajado hacía bien fácil poder acudir a alguien para resolver las dudas, sin pasar el mal trago de irrumpir en el despacho de aquellos directores de grupo tan atareados. El éxito de este ambiente había propiciado además que se eligiera al Centro como sede para numerosos cursos y congresos, que lo habían dado a conocer a numerosos investigadores y jóvenes en formación de otros países. Afortunadamente todo esto iba acompañado de una infraestructura tecnológica de primer nivel: laboratorios equipados al máximo, servicios comunes que funcionaban de manera rápida y eficiente, sin olvidar un personal de gestión y administración de recursos maravillosamente preparado, que facilitaba el trabajo de los investigadores, les ahorraba papeleo y coordinaba las actividades de manera que el día a día de los grupos de investigación apenas se veía afectado. Había costado mucho poner en marcha aquel Centro, y hasta que todo fue como la seda, tuvieron que trabajar mucho, y muy duro. Pero tenían lo más importante, como punto de partida: una plantilla de trabajadores excelentes, preparados y con muchas, muchísimas ganas de hacer de aquél el mejor Centro de Investigación que se pudiese concebir. Al menos, era el mejor que él podía imaginar.

Una voz le sacó de su ensoñación. Sintió como si despertase de repente, y se giró para encontrarse cara a cara con un hombre con aspecto dubitativo. Su forma de vestir denotaba que era un turista, noción reforzada por el ajado mapa que asomaba por uno de los bolsillos de su mochila. Ante su silencio y su cara de despiste, le repitió la pregunta en voz más baja, como si temiera provocar una respuesta poco agradable:

- Digo, que si sabe qué son esos edificios – dijo, señalando al frente.

Él se volvió hacia donde señalaba por el dedo, como si al despertar de su ensoñación necesitase recordar dónde estaba. Frente a él, los tres imponentes edificios se alzaban sobre un patio vacío, desolado. Lo que tiempo atrás fue una cafetería permanecía cerrado, y puesto que nada más había aparecido en su lugar, no había razón para que nadie se pasease por allí. De hecho, ni siquiera podría decirse si había alguien trabajando entre aquellos muros.

Consciente del tiempo que había pasado desde que le formulasen la pregunta, se vio impelido a responder:

- Sí, eh… bueno, no sé lo que albergarán ahora; pero antes eran un Centro de Investigación – se giró para mirar de nuevo al turista, mostrando una sonrisa llena de nostalgia – yo solía trabajar aquí.

- Ah, ya – contestó el turista, sin parecer demasiado convencido - ¿Y hace mucho de eso?

Mucho. Una eternidad, pensó. Aunque en realidad no había pasado tanto tiempo; lo que habían pasado eran muchas cosas, ninguna demasiado buena.

- Bueno… hace bastante. Yo hice mi tesis aquí, sabe… luego me fui al extranjero, y gracias a que allí no me fue mal, pude volver con la intención de formar mi propio grupo en este Centro. Teníamos muchas ideas, sabe, se podían haber hecho muchas, muchísimas cosas interesantes… cosas que yo había visto en otros países y que conseguían que la gente trabajase mucho, y además muy a gusto. Pero lo que me encontré no fueron facilidades, precisamente – la nostalgia cambió, se transformó en algo feo, incómodo, recuerdos de luchas absurdas, de impedimentos innecesarios y de conflictos de intereses – y la verdad, no pudimos hacer nada de eso. Los responsables nunca se interesaron por la ciencia, ni por los que hacen ciencia, no comprendieron el potencial que tenían entre las manos. Y no sólo acabaron con el Centro y todo lo que podía haber sido, sino que además se cargaron lo más importante: a la gente. Los que no fueron despedidos directamente, se marcharon en cuanto pudieron. Siempre se dice que es un trabajo muy vocacional, el de investigador… pero sólo de vocación no se vive. Cada vez que pienso la de tesis que se han dejado de hacer… me asusta mucho pensar que las nuevas generaciones no tengan interés por estudiar nada, que dentro de unos años sigamos sin tener cura para las mismas enfermedades, sin mejorar nuestra calidad de vida. Es bien difícil, con ejemplos como éste…

El turista asintió con la cabeza, dando a entender que lo comprendía perfectamente. Durante unos segundos que parecieron minutos, ninguno dijo nada. Finalmente, el hombre con el mapa lanzó otra pregunta:

- Y dígame… eso de las tesis, en realidad ¿de qué va?

No pudo sino sonreír. Tal vez ese fue el problema, desde el principio. Su única y mayor culpa: no haber sabido darse a conocer, no haber compartido con la mayoría de ciudadanos la importancia de su trabajo. No haber compartido su ilusión, su vocación, sus metas. Pero nunca era demasiado tarde. Los niños de hoy son los políticos del mañana, pensó. Y desde que se dedicaba a la enseñanza, se sentía algo más optimista en ese sentido.

Se levantó del bordillo desde donde había estado meditando y palmeó amistosamente el hombro de su interlocutor.

- Venga, le acompaño hasta la parada del autobús, o hasta su coche, y se lo explico por el camino.

Por algo había que empezar.


Dr. Litos

1 comentario:

  1. Cómo se pueden cargar esto... En qué momento estamos... Tenemos el poder de la palabra... del boca a boca... nunca nunca lo olvidemos. Haced cosas que os hagan sentir bien, no dejeis pasar las cosas para que las arreglen otros.
    Gracias, Dr.Litos

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