miércoles, 5 de octubre de 2011



Un día soñé que me hacía minúscula y entraba en el interior de la célula. Navegaba por el citoplasma, veía el retículo endoplasmático, el aparato de Golgi, vesículas por todas partes. Me subía a una proteína y me colaba en el núcleo y volvía a salir a través de esos agujeritos negros, los nucleolos. Cuánto movimiento, cuánta energía. Podía ver y entender lo que ocurría allí dentro, movimientos, señales, acciones, trabajo, mucho trabajo y entendía qué pasaba cuando algo no funciona bien. Pero desperté del sueño y me di cuenta que estaba en la sala de cultivos, mirando por el microscopio, y lo que estaba viendo era una célula viva desde fuera. Esa maquinaria perfecta, tan compleja, llena de vida; y, sin embargo, aquí estamos los científicos, intentado descifrar cómo funciona para poder entender lo que sucede cuando algo falla. Quiero entender, quiero saber, quiero poder descifrar mecanismos que ayuden a otros científicos a diseñar drogas, terapias para reparar algo que no va bien. Y en esas estaba cuando otro día que no soñaba me dicen que algunas de mis células están creciendo descontroladamente y el único tratamiento es extirpar e irradiar. Y el mundo se vuelve oscuro y ya no entiendes ni quieres entender nada. Afortunadamente, un día despiertas y las ganas de seguir adelante vuelven, con más fuerza que nunca. Y las ganas de saber por qué esa maquinaria tan perfecta falla a veces se vuelve una necesidad, y por eso me paso horas estudiando, analizando cómo se divide una célula y por qué ese proceso a veces pierde el control y hace que una célula se divida muchas veces y acumule errores y sea malo para la salud. Y mi mundo gira en torno a la investigación, es dedicación, es pasión, y es así porque estoy segura de que mis descubrimientos un día ayudarán a curar.

Y por todo ello, yo también soy Beatriz.

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